La última película del director austriaco ha optado por una factura más clásica con el fin de sumergir al espectador de una manera más eficaz en el mundo que nos presenta. Esa factura facilita la inmersión en la cotidianidad de una pareja de acomodados jubilados parisinos, de tal manera que el espectador siente como suya esa realidad de zapatillas de estar por casa, desayunos en la cocina, CDs de música clásica y vueltas de un concierto de piano en autobús. Precisamente ese es el único exterior que veremos en toda la historia. Ese exterior, esa última noche en un teatro será el único respiro de aire fresco que tendremos en todo el metraje, la última noche de felicidad plena y tranquila de estos jubilados de pasado artístico y docente exitoso. El último momento en que van a vivir el disfrute de la música en directo, la integración relajada en un acto social en todas sus facultades. Esa misma noche, el insomnio de colores azules inquietantes muy en el estilo de «Caché (Hidden)» (2012) nos va adentrar en otra realidad, en otra pesadilla que se avecina como un presagio. El terror que se inicia, es paulatino, real e imparable como resulta la película. La enfermedad degenerativa que se ha iniciado en la mujer, va a ser el destino último, lento e inexorable de ambos. El terror de Hanecke no precisa buscar de otras entelequias, está aquí, es real y acecha latente en cualquier lugar. Quizá eso sea lo más inquietante de su cine: el acecho oculto, el terror en proceso.
En este caso, es un terror que puede estar comenzando en cualquiera de nosotros, de ahí que el espectador pase de sentirse observador a posible afectado. Uno se siente observando esta película como la protagonista en su última noche lúcida en el concierto. El proceso degenerativo está estudiado, escrito e interpretado con rigor austriaco. E incide en algo aún más inquietante: en su onda expansiva hacia los otros afectados, los familiares que se encargan de llevar cada día semejante drama. La soledad que padece este pareja de jubilados, hasta el punto de perder el sentido del tiempo, es una realidad que expone la película de modo crudo y conciso. Las tragedias nos dejan solos. La frase que el padre le dice a la hija para explicarle por qué no responde al teléfono es una de las más acertadas y definitorias de la actualidad: «Tu inquietud, tu pesar es otra carga más que ya no me merezco llevar».
Los sutiles momentos de humor, la escena de bronca laboral con la enfermera, son escasas pausas que llevan a la decisión final a favor de la eutanasia. Sin necesidad de subrayar este contenido ideológico, ni de hacer una declaración de intenciones, Haneke presenta el hecho de un modo lacónico y dramático. Las dos escenas finales de la película son de una ambigüedad compleja. La marcha de la casa del marido, ya solo desde hace un tiempo indefinido y degenerado como la propia enfermedad, se abre a múltiples interpretaciones. Y la soledad de Isabelle Huppert, en la casa paterna, con una carga que ella ahora ya sí nunca podrá evitar llevar.
Sin embargo, en todo este entorno dramático, surge un rayo de optimismo y esperanza que es el que lleva a dar título al film. El amor extremo y gratuito que es capaz de llevar a una persona a cargar el peso del sufrimiento de la persona amada, hasta el punto de hacerlo suyo y diluirlo en la medida de la posible, que puede hacer que la soledad de un ser humano no se haga patente en tanto tenga el apoyo de la gente que le rodea, y que la convierta, en definitiva, en una persona afortunada.